Nos gusta hablar de los radiadores eléctricos porque una de las cuestiones más importantes a la hora de plantearse un sistema de calefacción frente a otro es, además del consumo y la eficiencia energética, el mantenimiento que ha de llevar el mismo. Todos los que hemos tenido alguna vez un sistema tradicional de calefacción, es decir, a base de agua caliente, hemos sufrido la oxidación de las piezas, que en ocasiones incluso se precipitaba al suelo y lo dejaba manchado y estropeado.
En ocasiones el asunto ha ido a mayores, e incluso se ha roto el radiador y se ha salido el agua con las consiguientes molestias que ello causa.
En este aspecto, los radiadores eléctricos son imbatibles. Si empezamos por la instalación, lo único que hemos de hacer es conseguir un punto de corriente, y atornillar el radiador a la pared (por lo que la flexibilidad del sistema es enorme).
Si seguimos por el mantenimiento de los radiadores eléctricos, más sencillo no podría ser. Más que hablar del mantenimiento de los radiadores eléctricos, deberíamos hablar del mantenimiento de la instalación eléctrica, puesto que éstos no requieren mantenimiento alguno.
En el caso de que el suministro de energía falle, los radiadores eléctricos llevan una memoria interna que permite que la configuración que previamente hayamos realizado, se quede grabada, por lo que lo único que hemos de hacer, es restablecer el suministro. Y como todos los componentes que lleva internamente son eléctricos, no necesita ningún otro tipo de mantenimiento a diferencia de los radiadores convencionales.
Como además no funcionan con un suministro de líquido exterior, no es necesario purgar los radiadores eléctricos, y tampoco dependen de una caldera que también necesita su propio mantenimiento.
Como podemos ver, las ventajas son muchas, y si nos estamos planteando renovar toda la instalación, o crearla de cero, porque es una casa nueva, el ahorro en fontanería será enorme.